Átomos libres, nuestra eternidad

Los átomos que conforman nuestro cuerpo (el corazón, el pelo, el cerebro, la sangre) son todos en préstamo del Universo.

Mientras estamos vivos, los átomos mantienen su estructura para conformar la materia, pero tan pronto morimos, inician el camino de vuelta al vacío del que procedemos.

Una vez dispersados tras morir, estos átomos se recomponen en otras materias o seres y nos recuerdan así nuestra inmortalidad.

KALMA (http://shopkalma.storenvy.com/) es un proyecto artístico de visión holística de la muerte creada por la artista AJ Hawkins donde encontrar propuestas éticas, artesanales, que inspiran la curiosidad para una vida y muerte consciente.

Sólo hay una cantidad finita de materia para repartir en este Universo conocido. Todo es un vaivén de reciclaje y el hierro que hoy está en la hemoglobina de nuestra sangre mañana formará parte de la sabia de un vegetal o simplemente se disolverá en el océano. Así que debemos devolver a la naturaleza lo que ella nos ha prestado y volver así de donde vinimos.

Los seres humanos tenemos una ventaja única: vivir casi toda nuestra vida sabiendo que vamos a morir. No importa lo que creamos, a la cultura a la que pertenecemos, de cuánto dinero dispongamos, o cuántos hijos nos rodeen. La certidumbre de morir es absoluta.

Materia viva efímera

La muerte significa la descomposición y este concepto implica renunciar al control de aquello que construimos con tanto esfuerzo. La medicina o la ciencia nos encandila de que hará que nuestros cuerpos sean inmortales. Obstinarse en no desaparecer algún día es hipotecar el futuro de otros seres.

Nos guste o no, somos simplemente un organismo efímero en esta Tierra, un organismo que precisa de alimentos para subsistir y de materias para no sucumbir y compartimos con el resto de los organismos vivos que vamos a descomponernos.

Si trabajamos para aceptar y abrazar nuestra descomposición, podemos comenzar a ver la muerte como algo hermoso, un misterio sí, pero sublime y que reconforta nuestra certeza de seres eternos.

El éxtasis o celebración de la descomposición siempre comienza como enfado; rabia que nos sacude porqué nos imaginamos a nosotros mismos convertidos en cadáveres.

Desde el presente eterno

El miedo y la repulsión pueden recomponerse en paz y placer, cuando usamos estos mismos sentimientos para darnos cuenta de que gozamos de vida ahora en este presente infinito.

Algún día estaremos muertos, pero hoy, sea un día soleado o bajo el gris de un día lluvioso, no importa, la sangre bombea nutrientes y oxígeno a través de nuestras venas y la respiración con su latido universal de inhalar y exhalar nos permite saborear las maravillas de un planeta único que nos acoge y nos ama.

Meditar sobre la descomposición de la carne es un hábito en las religiones. Los cristianos rezan "polvo al polvo", y los budistas meditan sobre las diez etapas de la descomposición humana del cadáver.

Los cristianos medievales celebraban la descomposición en pinturas con cadáveres danzantes que se alineaban en las paredes de las catedrales levantadas tras décadas de esfuerzo imparable. Imágenes para advertir a los vivos que llegaría su momento.

Meditar sobre la descomposición

Meditar sobre la descomposición de la carne ha sido igualmente una tarea de filósofos a lo largo de la historia. En la cultura japonesa, el Kusôzu lo atestigua

Emil Michel Cioran (1911-1995) escribió que "cada hombre debería meditar sobre su propia carroña" y el escritor Henry David Thoreau (1817-1862), exclamó: "La naturaleza aquí es algo salvaje y horrible, aunque hermosa".

El paso más inteligente que podemos dar para aceptar la descomposición natural es vivir el presente asumiendo que nuestra eterna  "recomposición" atómica.

La empezamos a celebrar cuando se planifica un entierro natural o al menos un funeral intentando que la huella ecológica de nuestra despedida de la Tierra sea lo más liviana posible.

Imagen del Telescopio Espacial Hubble de la NASA&ESA de la galaxia NGC 4710 de borde. Al mirar directamente al centro de la galaxia, se puede detectar una estructura en forma de "X" débil y etérea. Somos polvo de estrellas. Crédito: NASA-ESA

Comprender el entierro natural

Un entierro natural significa que nuestro cuerpo se coloca directamente en el suelo con solo una sábana de un textil vegetal o en el interior de un ataúd biodegradable. Es así como los humanos han sido enterrados durante miles de años.

Hoy podemos argumentar la falta de espacio y así construir ciudades funerarias de varios pisos de altura o quemar nuestra materia orgánica. Pero podríamos investigar como facilitar que el tanatobioma que se crea sobre nuestro cadáver fuera más rápido y natural.

Y en en este ámbito, el del compostaje humano ya hay propuestas en estudio que prometen (1) (2).

Podemos observar cómo una pléyade de larvas de escarabajos limpia un cadáver en unas pocas semanas dejando el esqueleto con todos sus huesos sueltos y lustrosos, listos para ser triturados y así emplear su fosfato cálcico como fertilizante.

Sin embargo, el entierro natural no está bien visto ni tampoco se investiga para que exista realmente adaptado al superpoblado siglo XXI.

Recomposición atómica

Una rueda imparable de economía basura y productos funerarios tóxicos alimenta la muerte de alto impacto ambiental que acabamos comprando por falta de alternativas. La lápida de mármol que hacemos esculpir no es la que nos hace inmortales.

Nadie quiere ser olvidado, pero el recuerdo no se obtiene de unos cuerpos en putrefacción dentro de un nicho, sino en la memoria de los seres queridos, en las vivencias que dejamos.

Podemos soñar funerales ecológicos, pero la naturaleza nos enseña que para crear nueva vida, primero elige la recomposición.

La recomposición de nuestros átomos es la base de la fertilidad y esta es la base de nuevas y futuras vidas.

Las hojas del árbol caen en otoño y nutren a la tierra para que en primavera empuje de nuevo con fuerza  la Vida. Vida que se alimenta de los átomos que se han recompuesto gracias a las hojas muertas descompuestas y convertidas en fertil humus en el suelo.

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