Ceniza negra
Ceniza negra
A medio camino entre el documental y la ficción, con actores no profesionales pero dirigidos magistralmente, Ceniza negra, nos sumerge en los ritos relacionados con la muerte de la costa atlántica de Costa Rica.
Su protagonista, Selva, es una niña de 13 años huérfana que vive con sus abuelos y que verá como su entorno más próximo desaparece.
La película plasma el despertar existencialista de la joven durante el fin de su niñez, provocado por la desaparición de todas las figuras maternas que formaban parte de su nido familiar.
Su toma de conciencia de conceptos determinantes, como el luto, la muerte o el sentido de la vida, es llevada a cabo paralelamente a otro aproximación vital: su primer contacto con la práctica de la magia, así como la noticia de fenómenos sobrenaturales que están ocurriendo en esa zona.
Ceniza negra combina episodios sobre la convivencia de Selva y su abuelo senil con tendencias suicidas, con escenas fantasmagóricas, en las que ella practica rituales ancestrales, o mantiene conversaciones con personas que pertenecen al mundo de los muertos.
Selva descubre a los 13 años que cuando nos morimos, solo se cambia de piel. Podemos convertirnos en lobo, en cabra, en sombra, en todo lo que uno se imagine.
Creencias ancestrales
La película pues nos pone en sintonía con las creencias y ritos de los pobladores de la región costarricenses de El Limón y su forma de recibir la muerte, que reflejan su particular relación cultural con la muerte, entendiéndola como una celebración de la vida, con muchos rituales, música y elementos religiosos.
Se trata de un relato intimista sobre la superación del luto, donde la protagonista se enfrenta a dos iniciaciones simultáneas que la conducen hacia una misma meta; pues, ambas le permitirán vencer el miedo a la muerte.
La entrada en la adolescencia le despierta sus habilidades especiales de comunicación con los espíritus y a aprender de los ritos mágicos de su cultura, dictados por los muertos con quienes se comunica.
En opinión de su directora, “Siempre ha sido para mí una fascinación la forma en cómo los niños enfrenten el duelo desde un universo imaginario muy poderoso y sanador”. Una particularidad de esta película es que no la protagonizan actores profesionales.
Sofia Quirós defiende que "Hacer la película para actores naturales implica un cambio de vida tan fuerte que el compromiso y la entrega es maravillosa, y a la vez, por lo menos en mi experiencia, ellos aportan algo muy espontáneo al rodaje. Yo nunca les conté de la historia de la película, nunca les conté mucho del personaje, todo era en el día a día, yo les explicaba un poco, ellos proponían, jugaban y grabábamos, pero sin esta lógica de la curva del personaje, era muy sencillo, muy práctico, cotidiano",