Imagina el día de tu muerte

Puede que el título en sí  ponga los pelos de punta a muchas personas. Sin embargo, la muerte forma parte indisoluble de la Vida.

Basta con observar, de forma puramente científica, cómo en nuestro propio cuerpo cada día mueren células y bacterias/virus que son renovadas por otras que nacen.

Es gracias a este ciclo vida-muerte que el aspecto de nuestro cuerpo físico cambia paulatinamente. Lo mismo podemos apreciar en la naturaleza, en el ciclo estacional de un bosque de hoja caduca, por ejemplo.

En definitiva, vivimos gracias a que estamos muriendo continuamente y morimos porqué hemos vivido continuadamente.

Más allá de la proyección lineal vida-muerte

El ser humano parece que es el único ser que tiene consciencia que su vida es lineal, es decir que existe con un principio y un fin.

El hecho de tomar consciencia que el tiempo está limitado, nos impulsa a buscar un sentido a la vida, ¿porque estamos aquí ahora? ¿cuál es nuestra misión en esta tierra?.

El ser humano necesita gestionar y controlar lo que llama “la realidad”. Una realidad que es la que apreciamos con nuestros sentidos, pero que hoy sabemos que va más allá de la percepción sensorial.

Pero hoy sabemos también que la realidad que vivimos es también la que co-creamos con nuestras vivencias y pensamientos. De ahí la importancia de la introspección más que de la información externa.

La vida son millones de procesos que están fuera de nuestro entendimiento incluso a día de hoy. Sin embargo, el día de la muerte física se termina una de nuestras realidades. Las religiones le dan una visión, pero no es la única posible.

La física cuántica apunta que la vida sigue su curso aunque en otra frecuencia vibratoria. Esto explica algunos de los fenómenos ligados a lo que denominamos experiencias espirituales.

Asumir la propia mortalidad como un regalo

Una de las mejores manifestaciones de nuestra humanidad es justamente aceptar la muerte del otro, especialmente la de un ser querido o próximo.

La otra singularidad humana es que al meditar sobre la muerte del otro, abrimos el camino para hacerlo sobre nuestra mortalidad.

En definitiva, aceptar el deceso del otro ayuda a aceptar la propia muerte y viceversa.

Meditar sobre la propia muerte es afrontar nuestros miedos más profundos, permite observar nuestros apegos a la vida, y sentir nuestros sentimientos…

Al meditar sobre la muerte tomamos conciencia de nuestra misión en el plano terrenal a la vez que asumimos la pequeñez frente al proceso incesante de la existencia.

En nuestra sociedad materialista se nos fuerza a centrarnos en el “tener” y acumular del mundo material y se penaliza el “ser” o valorar nuestras habilidades especiales.

Nos educan para que cuanto más tengamos, más valemos. Así que nos identificamos con nuestras posesiones o mejor dicho con aquello que nos rodea, no sólo las cosas materiales sino también las personas, los paisajes, etc.

Es así como aparece el miedo a la muerte y esta se convierte en un tabú en lugar de ser un "nuevo nacimiento" a otra realidad.

Ser o tener

Como subraya Eric Fromm “no sentimos miedo a morir, sino a perder lo que tenemos: el temor de perder mi cuerpo, mi ego, mis posesiones y mi identidad; de enfrentarme al abismo de la nada, de perderme”.

Tomando conciencia de esta realidad perdemos el miedo a la muerte. Para ello es imprescindible aligerar el peso de nuestra huella material. La limpieza o el arte sueco de ordenar antes de morir es una buena técnica.

La otra visión para reforzar la confianza del ser es no dejarse arrebatar lo que realmente nos hace humanos, es decir, asumir la ley de la hormesis (las adaptaciones beneficiosas conseguidas por nuestro cuerpo tras superar las situaciones lesivas que soportamos a lo largo de la vida).

Poder imaginar el día de la propia muerte es también posible cuando adiestramos nuestra mente a vivir más acorde con el fluir de la vida. En este sentido no hay que perder de vista que tampoco el “yo” es una posesión nuestra.

La vida es un regalo que hemos recibido y que tenemos que cuidar y desarrollar. No somos sus dueños y el préstamo vital que gozamos puede terminarse de un día para otro.

Así que despedirse con honores de esta existencia es algo que podemos planificar en vida con sólo imaginar que haríamos si nos anunciaran que en unas horas vamos a morir.

Este ejercicio de imaginar celebrar la muerte en vida nos hace más resilientes a la Vida y nos da coraje para afrontarla desde el aquí y ahora.

A modo de ejercicio práctico

1. Imagina tu funeral o fiesta de despedida
Imaginar el propio funeral con todo lujo de detalles: tipo de ceremonia, invitados a la “fiesta”, los productos funerarios, etc. en realidad estamos definiendo un vivencia con nuestro sello o forma de pensar. Al imaginarlo como ritual de despedida el peso que podría ejercer la muerte se aligera. No son palabras, es algo que cada cual puede probar por si le sirve.
 
2. Escribe como te gustaría ser recordado
Cuando nos imaginamos como ser recordados nuestra mente debe viajar a través del tiempo vivido y buscar entre nuestras vivencias y aprendizajes aquello que nos gustaría transmitir a nuestros seres queridos (a modo de ejemplo, el discurso de Steve Jobs).

A veces, una vivencia nos ha dejado la huella sobre la cual edificamos una determinada forma de expresar nuestra existencia y darle sentido. Al intentar expresarlo en palabras ponemos el foco en lo más destacado que nos ha sucedido durante nuestra vida y que puede inspirar a otras personas.
 
3. Selecciona algunos textos que te inspiren
No siempre es fácil encontrar entre los pensamientos propios las palabras que mejor podrían expresar nuestro sentido del vivir y por tanto como ser recordados. Entonces podemos buscar algunos textos que nos inspiren. La poesía sin duda es una opción, como lo son también las reflexiones de filósofos o pensadores que apreciemos.

Por ejemplo, el monje budista Thich Nhat Hanh en su obra La muerte es una ilusión nos ofrece su punto de vista:
"Cuando sabemos que el nacimiento y la muerte van siempre juntos, ya no tenemos miedo de morir. Porque al momento de morir, también hay nacimiento. No pueden separarse. (…) Los científicos han declarado que no existe el nacimiento ni la muerte. Sólo hay transformación. Así que la transformación es posible, es real, y el nacimiento y la muerte no son reales. Lo que llamamos vida y muerte, es solamente transformación.
(…)
Las nubes también son así. No tienen miedo a morir. Saben qué si ellas no son nubes, pueden ser algo más igualmente hermoso, como la lluvia o la nieve.
Así las olas no van a buscar el agua. No tienen que ir y buscar el agua, porque ellas son agua en el aquí y el ahora. (…) Disfrutemos el momento presente. Sabemos que no es posible que muramos".

Bombshell: The Hedy Lamarr Story
Imagen promocional del documental Bombshell: The Hedy Lamarr Story (2017) de Alexandra Dean (Disponible en filmin.es) y testimonio verbal de la actriz inventora.

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